Tenía 87 años y tuvo una multifacética vida que lo llevó de ser trapecista, faquir, lustrabotas y botellero, a subirse al ring. Tras retirarse, creó una empresa de venta de indumentaria deportiva.

Horacio Accavallo el campeón del mundo de boxeo murió a los 87 años. El púgil, quien según Nicolino Locche fue «el mejor boxeador argentino de la historia”, fue el segundo argentino en alcanzar un título mundial.

“Honesto, humilde, personaje, buen tipo, referente”. Así definía Horacio Accavallo Jr. a su padre a 53 años de la obtención del título mundial.

Los títulos mundial entre 1966 y 1968, Accavallo representaba —señalaba hace tres años la periodista Jazmín Bazán— al deportista devenido en héroe nacional, al pibe de una villa del sur que se hizo a las piñas.

Accavallo nació en 1934 y sobrevivió los primeros años de su vida juntando basura en una quema; fue trapecista, equilibrista, faquir, lustrabotas, botellero y boxeador.

Con 14 años, mientras trabajaba en un circo, vio que tenía condiciones para el pugilismo. Para entretener al público, desafiaba a los más grandotes y siempre ganaba. Medía un metro y medio, y contaba con la ventaja de ser zurdo.

Luego de que abriera un gimnasio cerca de su casa, fue a anotarse. Llegó con un cigarrillo negro en la boca. El primer día, lo hicieron guantear con tres personas. Tomó el apodo de “Roquiño”.

Ya en 1958, Accavallo viajó a Italia por once meses y venció al campeón nacional Salvatore Burruni. No había dudas de su talento. Sin embargo, le costó hacerse una carrera. Según relataba, fue aceptado en el circuito del Luna Park gracias a su carta más valiosa, el cariño de sus seguidores.

Cuando llegó 1966 obtuvo la conquista del campeonato mundial en la categoría “mosca”, cuando venció en Japón al nativo Katsuyoshi Takayama, en una pelea a 15 rounds, por decisión dividida. Aquel día, las casas de su barrio se convirtieron en verdaderos búnkers donde los vecinos se agolpaban para escuchar la transmisión radial del combate.

Accavallo cosió los dólares que ganó en esa pelea al forro de su saco y durmió con él hasta que volvió. Conocía bien el valor del dinero.

Tres veces defendió de manera exitosa: primero ante otro japonés, Hiroyuki Ebihara; luego ante el mexicano Efren Torres; y, por último, con Ebihara nuevamente.

“Tito, no peleo más porque no puedo dar más el peso”, le dijo Accavallo en 1968 a Tito Lectoure, el icónico dueño del Luna Park. “Si pierdo voy a dejar de ser campeón. Si me retiro, seré campeón para siempre”, agregó. Así, el segundo argentino en llegar a lo más alto del deporte, rompía con la maldición de los boxeadores que acariciaban la gloria y terminaban perdiendo casi todo. Es lo que le había ocurrido al “Mono Gatica” y a “Pascualito” Pérez, el primer campeón argentino.

Accavallo murió tras padecer Alzheimer durante casi una década. Nacido en Villa Diamante, en el partido bonaerense de Lanús, el 14 de octubre de 1934, quedó en la historia como el segundo campeón mundial de boxeo de la Argentina: el primero fue el mosca Pascual Pérez.

El notable boxeador, pequeño de contextura físico pero gigante de corazón, era hijo de un italiano y una española, ambos analfabetos.

El 11 de octubre de 1968 Accavallo se retiró del boxeo con el titulo del mundo en su poder, culminando su carrera con un palmarés de 83 combates, con 75 triunfos (34 por nocaut), dos derrotas y seis empates.

Accavallo también fue actor: en 1968 formó parte de la película Destino para dos, y en 1980, en la primera edición de los Premios Konex, recibió un Diploma al Mérito como uno de los 5 mejores boxeadores de la historia en Argentina.

No obstante, la peor derrota en la vida de Accavallo, casado con Ana María Sawicz, fue la muerte de una de su hijos (tuvo cuatro), Silvana, a los 47 años, quien falleció atropellada por una camioneta el 9 de junio de 1998 a metros del comercio de ropa deportiva del padre.

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